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manifiesto

pimpampelis

Mi padre era uno de esos locos por el Super8 que acumulaba mañanas de Reyes Magos en decenas de rollos de película. Luego editaba tijera en mano y proyectaba de forma ritual cada domingo.

 

La cámara nos vio crecer a golpe de risas y nervios al entrar en el salón cada 6 de enero, con ojos brillantes que adivinan bultos tras los envoltorios. Y mientras miro sus pelis, me sorprendo imitando los gestos de esa niña de 4 años que tengo enfrente, la que encoge los hombros al abrir regalos y se mueve con alegría incontrolable.

Hace más de veinte años que él no está para grabarnos, pero cuando quiero recordarlo no busco sus fotos. Rescato un vídeo espantoso en vhs en el que el tiempo parece congelarse para siempre. Durante unos segundos, alguien graba furtivamente cómo ríe a carcajadas el hombre que siempre estaba tras la cámara. Y yo miro hipnotizada, entre la sonrisa y el llanto.

Para que nuestros hijos recuerden el sonido de nuestra risa. Por eso existe Pimpampelis.

Y es que creo en la magia del cine para evocar la realidad como algo físico, que te golpea la mente y te hace revivir los recuerdos sin filtros, más aún en una época donde la fotografía nos llena de versiones filtradas de uno mismo.

 

Jean-Luc Godard decía que la fotografía es verdad, y que el cine es una verdad 24 veces por segundo. Pero, obsesionados con ganar momentos bellos para nuestra colección, vamos perdiendo un poquito de esa verdad en movimiento.

 

Ahora grabamos todo y todo el tiempo. Y cuanto más grabamos, menos miramos en profundidad nuestros archivos digitales. Nos faltan momentos significativos que recordar, porque todos quedan registrados y no hay espacio en nuestro cerebro para los recuerdos de verdad. Esos que escriben nuestra historia, los que acabamos grabando a fuego tras cada repetitiva proyección casera.

Y por eso creo que tus recuerdos se merecen una buena peli, de las que se pueden ver cada domingo sin cansarse.

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